Saturday 26 January 2013

Diario de viaje



11 de marzo de 2008
Es de noche. Un mendigo se acerca con el cigarrillo colgando por la comisura de los labios y una jarra de cerveza en la mano. Viene a venderme una camisa azul celeste. Tiene un tufo que apesta a vinagre de cerveza. Me pide seis libras por la camisa.

12 de marzo de 2008
Café Costa, Estación Victoria. Me apresto a ir al Museo de Historia Natural. Leo a Bolaño, “2666”. Morini va a Londres y ve a Norton.

Me llama la atención la cantidad de entrevistas de trabajo que ocurren en las cafeterías. Suelen participar, de un lado, un ejemplar de raza blanca, limpio, pasado por lavanda, y, de otro, un ejemplar de una minoría: un negro, un indio, un alemán del este, una mujer ucrania, una estona que ganaría un concurso de belleza en un país sudamericano.

Museo de Historia Natural: No hay muchas huellas de Darwin en el museo. El “pliosaur” mide cinco metros (Rhomaleo Saurus Cramptoni), tiene 187-178 millones de años de edad. ¿Cuándo se celebrará su cumpleaños?

Comprar una pluma y escribir finito, finito, como una reliquia china.

Al pliosaurio lo encontraron en Whity, Yorkshire.

Algo tienen los imperios que se convierten en agujeros negros. Chupan la cultura, fagocitan ejemplares, respiran narraciones, relatos, relaciones de viajes, muchas veces pagan la factura y, las más de las veces, se alimentan de la sangre de los esclavos. Aun así,  pese a todo, dejan testimonios de la vida que solo pueden encontrarse en sus capitales. La vida en Chile está demasiado abocada a lo local, a lo próximo. Su capacidad de estudio es disminuida. En cambio, en los imperios, se codicia el conocimiento vasto. Se elimina la raíz del origen, se evoluciona con el ADN de todas las naciones, todos los puntos geográficos, todas las costumbres. Hay altivez en esta empresa imperial. Sin imperio Darwin no existe.

Norton pasea a Espinoza y Pelletier por Cromwell Road la noche en que les dice que los va a dejar momentáneamente para pensar. El Museo de Historia Natural está precisamente en Cromwell Road. Leo esto en Hamburguer Union, Leicester Square. 

13 de marzo de 2008
Los negros en Londres parecen entregados a la conversación. He visto parejas que conversan por horas sin más compañía que una botella de vino o una taza vacía de café. Son austeros. Parecen disfrutar del diálogo más que “los otros”, que el resto. Es jueves en Londres, jueves 13.

Un viejo que podría ser Bertrand Russell está sentado leyendo el periódico en la cafetería Costa de la Estación Victoria.

Uno siente que pertenece a una ciudad cuando los pasajeros comienzan a preguntarle ¿pasa este tren por Hammersmith? Eso mismo me pregunta una señora.

En el avión rumbo a Japón el telediario de NHK no tenía rostros. El edificio del Banco de Japón, la gente anónima. No había personas. Se trataba del relato colectivo de personajes anónimos que no se encarnaban en nadie en particular. Las noticas de la BBC, en cambio, parten de de historias humanas, dan pie al cuestionamiento de la sociedad. Solo entonces intervienen las autoridades. 

En el futuro 
Perro muerto a punto de morir. El pobre perro estaba tirado en la Avenida Colón cerca de Manquehue. Un charco de sangre lo rodeaba y aullaba, ladraba esporádicamente como pidiendo una ambulancia. El perro decía “llamen una ambulancia, me han atropellado”. Nadie se acercaba y yo seguía conduciendo por Avenida Colón en busca de mis padres, pero el perro no se salía de mi cabeza y empecé a llorar, primero unas lágrimas y luego mares de lágrimas que me borraron los árboles de la avenida, los plátanos orientales. Y hacía sol y calor y creo que abrí la ventanilla del coche, o la cerré, o apagué la radio. 

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