Hay
dos paradojas mutuamente contradictorias en la enseñanza del español como
lengua extranjera que me parece importante abordar. La primera es que los profesores
exigen a sus estudiantes espontaneidad. La segunda, el pedir a los estudiantes
que aborden la conversación de manera estudiada, fijándose en los detalles y
reflexionando sobre ellos. Estas dos paradojas conforman un sistema interconectado
que constituye la base de la práctica pedagógica que realizamos a diario en el
aula.
En el primer caso, los profesores intentan que los estudiantes comuniquen algo significativo acerca de sí mismos con el objeto de que aprendan una noción particular del sistema formal o pragmático de la lengua española. En el segundo, los profesores desean que los estudiantes sistematicen la comunicación con el fin de llegar a grados más altos de generalización y dominio.
Según Basil Bernstein, toda pedagogía es el arte de inculcar valores, aspecto que llamó normativa u orden social. Los ejercicios o tareas didácticas son una función de esa normativa. La instrucción, la didáctica solo pueden entenderse al alero del paraguas mayor que es la inculcación de un orden valórico. Por tanto, lo que intenta hacer cualquier docente, cualquier profesor, sea este japonés, español o latinoamericano, es que los estudiantes adquieran un nuevo “juego” de valores, que puede o no coincidir con valores ampliamente difundidos en sus lugares de origen. Después de todo, ¿no es el docente una especie de oveja negra? La fuerza de sus enseñanzas proviene precisamente de la capitalización de aquello que es ajeno a la sociedad, lo insólito, lo que resulta extraño. Porque si lo que enseña no fuera especial, entonces la labor de la universidad sería socialmente redundante y menos necesaria de lo que realmente es en la actualidad.
Las paradojas antedichas revelan la verdadera naturaleza de la empresa educativa, la cual parte del vacío, de un vacío existencial: (a) ¿se puede conversar de manera espontánea si se exige una reflexión sistemática de la conversación y acto seguido se la evalúa por sus aspectos formales, nunca por las emociones transmitidas?; y (b) ¿es la conducta que emana de la solicitud de espontaneidad verdaderamente espontánea?
Hace poco me enteré de que en psicología, algunos expertos que enseñan técnicas terapéuticas pasan por el mismo tipo de problema que los profesores de español: cómo hacer que el estudiante haga algo motu proprio sin que, paradójicamente, tengamos que pedírselo.
En el primer caso, los profesores intentan que los estudiantes comuniquen algo significativo acerca de sí mismos con el objeto de que aprendan una noción particular del sistema formal o pragmático de la lengua española. En el segundo, los profesores desean que los estudiantes sistematicen la comunicación con el fin de llegar a grados más altos de generalización y dominio.
Según Basil Bernstein, toda pedagogía es el arte de inculcar valores, aspecto que llamó normativa u orden social. Los ejercicios o tareas didácticas son una función de esa normativa. La instrucción, la didáctica solo pueden entenderse al alero del paraguas mayor que es la inculcación de un orden valórico. Por tanto, lo que intenta hacer cualquier docente, cualquier profesor, sea este japonés, español o latinoamericano, es que los estudiantes adquieran un nuevo “juego” de valores, que puede o no coincidir con valores ampliamente difundidos en sus lugares de origen. Después de todo, ¿no es el docente una especie de oveja negra? La fuerza de sus enseñanzas proviene precisamente de la capitalización de aquello que es ajeno a la sociedad, lo insólito, lo que resulta extraño. Porque si lo que enseña no fuera especial, entonces la labor de la universidad sería socialmente redundante y menos necesaria de lo que realmente es en la actualidad.
Las paradojas antedichas revelan la verdadera naturaleza de la empresa educativa, la cual parte del vacío, de un vacío existencial: (a) ¿se puede conversar de manera espontánea si se exige una reflexión sistemática de la conversación y acto seguido se la evalúa por sus aspectos formales, nunca por las emociones transmitidas?; y (b) ¿es la conducta que emana de la solicitud de espontaneidad verdaderamente espontánea?
Hace poco me enteré de que en psicología, algunos expertos que enseñan técnicas terapéuticas pasan por el mismo tipo de problema que los profesores de español: cómo hacer que el estudiante haga algo motu proprio sin que, paradójicamente, tengamos que pedírselo.
En el caso de los psicoterapeutas, los docentes buscan de verdad educar en libertad, puesto que el principio fundamental de la disciplina se basa en ese bien tan esquivo. Es el paciente, en definitiva, el que debe rescatarse a sí mismo. En el caso de los docentes de lenguas extranjeras, no me queda tan claro que busquen liberar a los estudiantes. Y los estudiantes parecen más interesados en ser condenados por cuatro años a jugar e esta especie de juego de salón titulado Graduado. Todo está fríamente calculado para graduarse: el porcentaje exacto de asistencia; la presentación metódica de los deberes clonados; la palabra justa y cuidada a los profesores.
El psicólogo Terrance Olson cree que es mejor asignar una tarea que una técnica. La técnica crea una respuesta no espontánea, mientras que la tarea deja al estudiante en libertad para que examine la forma de aproximarse al objetivo.
Este es precisamente el tipo de problema que uno encuentra en la versión débil del enfoque comunicativo, el cual se basa en la creencia de que la competencia comunicativa se logra mediante la enseñanza explícita de algunos aspectos del sistema formal de una lengua, especialmente aquellos relacionados con la pragmática; pero sin obviar aspectos gramaticales. En otras palabras, se enseña una técnica. La versión fuerte del enfoque , por el contrario, solo establece un objetivo y son los discentes los llamados a encontrar el procedimiento adecuado, aunque esto suela ser una invitación a que hablen en japonés sobre lo estupenda que estaba la comida en la cafetería. En este caso, es muy difícil que los profesores confíen en los estudiantes, se relajen y les dejen buscar la solución por sí mismos. El docente ha de justificar, en último término, su salario.
De esta manera, hemos resumido las paradojas de la educación en su conjunto: Si pedimos demasiado, apabullaremos al estudiante y limitaremos su potencial creativo. Si lo dejamos completamente libre, puede que tome las de Villadiego. La educación correcta es, en definitiva, un sutil equilibrio entre la solicitud de espontaneidad y la solicitud de sistematicidad hasta que los estudiantes puedan remontar el vuelo por medios propios.
No comments:
Post a Comment